CUANDO LA AMISTAD NO PUEDE SER UNA TRABA…

 


Me acabo de levantar, y me autocuestiono: “¿por qué no?, ¿miedo a qué? ¿qué me puede pasar? ¿que no me llamen más para colaborar en algo? ¡ni que esto fuese nuevo…!)”. Tras unos minutos titubeando, prosigo, mas en esta ocasión con el cuestionamiento clave: "¿acaso mi amistad con alguien me invalida, o desautoriza, a defenderlo públicamente de una acusación, provenga de quien provenga, tan fuera de lugar e injusta?". Pues sinceramente, creo que no, y si alguno piensa lo contrario, como decía mi abuela: “ajo y agua”. La sincera y honesta amistad con alguien jamás de los jamases puede, ni debe, ser una traba para denunciar las injusticas que se comentan con él. Tampoco, evidentemente, una coartada facilona para defenderlo a capa y espada en sus equivocaciones, circunstancia que no se ha dado en este caso.


Conozco a Miguel Ángel desde que nos unió el flamenco hace ya unos años, y siempre digo que es uno de los pocos regalos que este tan complejo, y en ocasiones, desagradecido mundo de lo jondo me ha dado.  Conozco su talante directo y sin pelos en la lengua, si me apuráis agrio en alguna ocasión, mas siempre honesto y leal a más no poder. Y sé muy bien de sus desvelos hacia el flamenco de Puente Genil en dos líneas: por conocerlo mejor y por procurar que las cosas se hagan con un mínimo de competencia y sensatez acorde al lugar que Puente Genil ocupa en el mundo del flamenco. Miguel Ángel es de los que excluyen de su modus vivendi los términos cobardía o hipocresía, demostrándolo en su día a día con los demás: sus amigos, familia, conocidos… Por supuesto, también tiene sus defectos (¿quién no los tiene?), entre los que no entran, desde luego, el ponerse de perfil, la cobardía o la falta de compromiso.


Ayer fue un día intenso, y triste, aquí en La Puente. Ya todos estamos informados de los motivos y detalles de la polémica, así que no voy a recordarlos. Pero si quiero compartir con todos vosotros la siguiente reflexión: ¿cuándo vamos a despertar, pontanos y pontanas? ¿cuándo llegará el día en que dejemos de rendir vasallaje al político de turno por “no querer problemas”? ¿es esta la democracia por la que dieron la vida  muchos de nuestros abuelos? Entiendo que cada uno tenemos nuestras circunstancias domésticas y vitales entre las que sobresale el sagrado el pan para mis hijos, mas también debemos de sopesar que formamos parte de una sociedad, de un colectivo humano con intereses comunes (económicos, culturales, sociales…), necesitándonos los unos de los otros para caminar hacia adelante, en un sendero en el que la dignidad, la honestidad y la denuncia (por supuesto, respetuosa en forma y contenido) de las incompetencias, injusticias y atropellos deben de ser principios insoslayables. Los cargos políticos -nuestros empleados- a los que el pueblo hemos elegido para gestionar nuestros recursos, no pueden tener carta blanca para hacer y decir lo que les venga en gana, desde su poltrona, en detrimento siempre del mas débil. Nuestros gestores políticos deben de entender que su rendición de cuentas con los demás no es solo cada cuatro años, sino en el mismísimo momento en el que toman una decisión con la que administran el dinero y recursos de los ciudadanos, debiendo de aceptar, con humildad y propósito de enmienda, sus críticas siempre, insisto, que sean constructivas y respetuosas.   Y si no están preparados para ello, lo tiene muy fácil (o no, claro…): dedicarse a la actividad privada. Como afirmábamos hace unos meses en otro artículo, la crítica debe de ser entendida por todos los actores implicados como saludable: para el que la recibe, al disfrutar de otros enfoques que le ayuden –nadie es infalible- a enriquecer su gestión; para el que la protagoniza, al situarse  como ciudadano en el más amplio sentido de su significado ( “participar activamente en la vida social, política y económica de tu comunidad y de la sociedad”); para el que la lee, al obtener información, amén de activar su capacidad crítica; y para el pueblo en su conjunto, al sentirse una comunidad viva, con una ciudadanía capaz de cuestionar a los dirigentes que elige.

Un abrazo enorme a María y  Miguelón.   

 

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